Cada vez que coincidía con el granjero, podía notar como al chico se le iban los ojos hacia sus pechotes. Un día se citaron en el establo y cuando estuvo sola con él, quiso dejarle probar sus tetas allí mismo. No pudo resistirse a esa zorra tetona y tras llevárselas a la boca, acabó con los pantalones por el suelo y dejando que se la metiese sobre los fardos de paja. Fue un gustazo para los dos y como no, acabó ese polvazo corriéndose sobre sus melones.